Blogia
Los archivos lúcidos, aunque cada vez menos, que me hago mayor

Diario

Pechugas de cuarto y mitad

Pechugas de cuarto y mitad

Si al profesor referido hace unas semanas no se le cruzan los cables, ya sólo faltan formalismos para ser licenciado. ¿Que qué siento? Pues vértigo. Hay demasiado tiempo y mucho recorrido por delante. Menos mal que estoy bien acompañado y que, creo, ya he andado parte del camino. Es pronto todavía para saber qué va a ser de mí o que voy a hacer yo para ser algo, pero no hay que echarse a sobar a un lado del camino. Mejor andarlo y aguantar lo que pueda caerme encima.

De momento, no me he emborrachado para celebrar nada. ¿Es una señal? ¿O es una putada? Lo segundo, sin duda alguna, pero estaba demasiado cansado. Por lo tanto, es una señal. 

Otro día que tenga más tiempo escribiré sobre algo más interesante, o lo haré con más dedicación. Debería hablar sobre el disco de Wilco, o sobre le que saca Ryan Adams dentro de unas semanas, sobre la Liga, acerca de chichis veinteañeros o pechugas de cuarto y mitad, pero no es el momento. Suerte a los que empezáis ahora los exámenes.

Pequeños placeres de la vida que uno se concede cuando ya ha acabado los exámenes y quiere olvidarse de todo

Pequeños placeres de la vida que uno se concede cuando ya ha acabado los exámenes y quiere olvidarse de todo

Pequeño placer número uno

Cerveza. Una lata fría de Amstel, la mejor si bebes directamente del bote. Acompañar de algo para picar: cortezas grasientas, embutido, patatas o, por qué no, unas salchichas frías recién sacadas de la nevera.

Pequeño placer número dos

Música, por supuesto. Ahora mismo, indico pequeños senderos que habrá que caminar: el nuevo disco de Wilco no está tan mal como lo han pintado; Tulsa, de lo mejor que he escuchado últimamente en castellano; Remate parece americano, pero no lo es; sin duda, las canciones suaves de Neil Young superan a las más duras. 

Pequeño placer número tres

Leer. Sólo de esta manera uno se encuentra cosas como ésta:

Un día en que había olvidado mis municiones, me encontré inopinadamente en presencia de un ciervo de gran alzada. Me miró con indiferencia, como si hubiera adivinado que mis sacos de perdigones estaban vacíos. Inmediatamente cargué mi fusil con pólvora y, a falta de plomo, comí apresuradamente un puñado de cerezas y puse los huesos dentro del cañón. Hice fuego sobre el ciervo y le acerté justo en medio de la frente, entre los cuernos. Quedó aturdido y se tambaleó, pero logró huir. Uno o dos años después, durante una partida de caza en el mismo bosque, me encontré con un hermoso ciervo que lucía entre su cornamenta un soberbio cerezo de diez pies de altura. Me acordé inmediatamente de mi pasada aventura y le abatí en tierra de un solo tiro de fusil, proporcionándome a la vez la comida y el postre, porque el árbol estaba cargad de los frutos más deliciosos que he probado en mi vida.

Pequeño placer número cuatro

Ver deporte por la televisión. Ahora que el Madrid juega mejor y que puede ganar la Liga, me entran ganas de escribir de nuevo sobre fútbol. Lo haré por supuesto.

Pequeño placer número cinco (instatisfecho)

Ir al Delover. Hace mucho que no lo piso

Pequeño placer número seis

Quedar con gente que está de exámenes y que, precisamente, no puede por tener que estudiar. Así que, mucha suerte a todos y ánimo.

Huelga de electrodomésticos

Huelga de electrodomésticos

Mi querida Patch se ha independizado hace poco. Leo su blog y me doy cuenta de que yo, ahora mismo, no sería capaz. Sergio, igual. No he ido a su casa, pero mi hermano me dijo que estaba bien apañada. Borja lleva ya tiempo llenando espacios vacíos de su piso en Villalba. Yo, en mi casa, con cinco personas más que, en teoría, colaboramos para que las cosas vayan más o menos bien, me veo superado por los electrodomésticos y las averías domésticas en cadena.

Una casa es un ecosistema. Me río yo de la cadena trófica, del calentamiento global, del derretimiento de los polos y de su puta madre cuando se rompe una tubería en casa. El agua mancha el techo de los de abajo y para arreglar el accidente, hay que levantar el parqué. Después de levantar el parqué, Internet deja de funcionar. Cuando consigo volver a tener conexión, se estropea el DVD del ordenador. Como medida de presión para otros electrodomésticos que todavía no se habían estropeado, no arreglo el lector. Pero da igual, siguen revelándose uno tras otro, como Julián Muñoz.

La aspiradora no funcionaba la semana pasada. El lunes, la plancha dio problemas, pero acabó cediendo tras un largo y agotador interrogatorio. El lavavajillas fue salvado de un suicido por anegación. Se deprimió porque la lavadora, su compañera de cocina, dejó de funcionar -aunque la salvamos del coma-. Ingirió monedas que nos habíamos dejado en los bolsillos para suicidarse, aunque conseguimos salvarla a tiempo. El motivo de este nuevo intento no lo conocemos, pero es posible que fuera porque el horno lleva sin calentarla unos cuantos meses. Tiene el fusible roto y no se pone al rojo vivo. De hecho, está tan frío como la nevera. En respuesta a todo este sufrimiento, el frigorífico ha empezado a descomponer trozos de carne solitarios y yogures caducados. El olor que a veces despide es bastante asqueroso, pero creo que podremos salvar las salchichas que todavía no han sido desempaquetadas y los botes de cerveza. El último descalabro de mi casa ha sido un inocente ladrón de enchufes. Se ha fundido. Ha dejado de funcionar el que tenía conectados la televisión, el vídeo, el DVD, Digital + y el módem.

Una vez subsanado este fallo técnico, configuro la cámara web, que lleva meses mostrando una pantalla azul cuando hablo con mi hermana. Creo que debería aprovechar la inercia para arreglar todas las cosas que no funcionan, montar con mi hermano una estantería que tenemos pendiente, arreglar los papeles del coche, comprar la L... Y todo, para no estudiar.  

El verdadero ahorro

El verdadero ahorro

  Como no me apetecía que vierais más a Dani Martín en la portada de mi blog, voy a escribir un post homenaje a todos los que trabajamos en fin de semana. No es lo mismo ser un currito de ocho horas de lunes a viernes que trabajar sábados y domingos, con sus viernes por la tarde-noche incluidos y la etapa prólogo del jueves.

  Queden bendecidos todos los que soportan estoicamente a borrachos que les piden cervezas como si fueran la fábrica de Mahou, los que transportan zombies etílicos de noche y los que bajan al metro a las siete de la mañana del sábado para ir a trabajar. Quede pues bendecida mi nueva jefa. También el hombre que abre las estaciones del subterráneo, o el que limpia las vomitonas y los cagallones de los retretes un domingo por la tarde. Viva el camarero que atiende en las terrazas a las familias que salen de misa, el cura de la parroquia y el quiosquero que, con su eterna pluma, te vende el periódico de domingo a domingo. Dios tenga en su gloria al médico de guardia, a la enfermera del turno de noche y al conductor de la ambulancia que trae al medio muerto. Que no se olvide del antidisturbios que atiza con la porra en el Dos de Mayo y del que luego recoge las botellas rotas.

  Y se acuerde también del de la tienda de discos, que hace mucho que no le veo...

En huelga

En huelga Cumplo mi tercer día de condena febril. El viernes me metí en la cama con un sospechoso frío que el sábado por la mañana se convirtió en unas cuantas décimas de calor corporal. Así, hasta ahora y seguramente unos días más.

Estoy teniendo una de esas mañanas que hacía mucho que no tenía. Me he puesto a estudiar como un buen chico que quiere el papelito pronto y sea como sea. Ya me queda poquito, muy poquito, y no quiero cagarla ahora. Un mes de apretón y ya. Mientras, seguiré escuchando música. El otro día estuve en una tienda de Moncloa que vende discos de segunda mano y casi tiro la casa por la ventana. Me contuve. Se me pasaron varias ideas por la cabeza, desde golpear en la cabeza al de la caja y proclamar legal el saqueo, a llamar a Crediágil y pedir pasta. Al final no hice nada. No compré ningún disco. Desde mi bolsillo, mi amiga Blanca gritaba agónicamente que le dejara en paz. Recordé el carné de conducir y épocas pretéritas de derroche monetario en la autoescuela.

Así pues, me declaro en huelga disquera. Serán cosas de la fiebre...

**Recomendaciones redescubiertas envueltas en polvo: Continuará, de Los Secretos -sí-; A.M., de Wilco; Transformer, de Lou Reed; End of Love, de Clem Snide**

Platero y yo

Platero y yo

Estoy empezando a aficionarme a las mañanas de fin de semana sin resaca. Apenas han pasado las diez de la mañana y ya casi me he terminado el café, ya he pisado la calle, limpié el correo electrónico y estoy a punto de devolver el ordenador a mi habitación. Ha estado casi cinco meses en el salón de mi casa, donde había instalado mi oficina. Por Reyes me regalaron una bata para estar por casa. Me sentí tan "señor", que decidí cambiar de despacho. Dejé el agujero de la pared en el que un día mis padres encajaron una litera y coloqué el ordenador y el tocadiscos allí. Llené la mesa más grande de mi casa de papeles y de libros del Trabajo Fin de Carrera -lo entregué ayer, por cierto- y me entregué al vértigo del espacio vital más grande que jamás he tenido. Pero creo que hoy volveré a mi añorado boquete en el muro. Ha sido como estar de vacaciones: es genial levantarte todos los días y ver tórridas hembras en bikini, pero lo normal es oler sudorosos alerones en el autobús si uno es de la capital. Ya he acabado con el café, a todo esto.

Amigos, tened cuidado. Menda, Doctor y su Padre se han agenciado un cuatro ruedas casi por la patilla -y sin tener que hincar la rodilla cual pordiosero felador-, por lo que cualquier día puede ocurrir la estrambótica desgracia de que aparque en el acensor de vuestra casa, previo paso por la garita del portero y el cuarto de las basuras. Tened listas las cámaras de vídeo porque esta entrada dará la vuelta al globo más rápido que la de una escotada Scarlett Johannson sobre la alfombra roja. Es pequeño, azul y suave, casi como el borrico. Pero si os lo cruzáis, no le ofrezcáis una zanahoria, sino monedas, que se alimenta con costoso petróleo árabe.

La mala educación

La mala educación

Hay dos cosas sobre las que me gusta hablar poco: el dinero y la política -aunque esto segundo, borracho, no me importa-. El primer tema me parece de poca educación, y más cuando se hace con desconocidos. Lo que trabaje uno, el dinero que tenga o en qué se lo gaste, es de la esfera privada. Puedes decirlo, claro está, pero hay que ser consecuente con lo que se dice y lo que se hace. Yo me lo voy a saltar y voy a escribir sobre política y sobre dinero.

Ayer le preguntaron a Rajoy cuánto ganaba, unas viudas sacaron su triste miseria a relucir en la televisión, y una señora cerró el programa enfrascada en equiparar la gravedad de no saber cuánto vale un café y la de no tener ni idea de lo que cobra un auxiliar de administrativo -o un cargo de funcionario parecido-. Lo que gane el barbas me da igual y está en su perfecto derecho al no decir lo que cobra. Pero es patético soltar a las primeras de cambio lo que uno gana para diferenciarse del que no lo ha dicho y, peor aún, decir que ganas 6.000€ todos los meses estando en un partido que se llama Socialista OBRERO -no son erratas las mayúsculas- Español. Me pregunto cuántos obreros de bocata y bota de tinto ganarían juntos lo mismo que Pepe Blanco, pero lo cierto es que ni el votante tradicional de izquierdas ni el de derechas son lo que eran.

A lo mejor es hora de que el PSOE deje su anacrónico nombre y pase a llamarse Partido Socialdemócrata Español... O quizás es hora de que haya una clase política algo más decente, cosa que creo que en España no ha habido nunca. Lo mejor que hubo fue en la Transición: comunistas resentidos, franquistas en rehabilitación, un rey jugándosela a su padre, nacionalistas ansiosos, generales con la pistola caliente...

**Prometo no hablar más de política en un tiempo medianamente prudencial. Pronto espero soltarme de nuevo con otras cosas. Habré entregado el trabajo fin de carrera y es posible que tenga la cabeza más despejada, lo cual invita a sestear. Cuidaros mucho**

Descubriendo al funcionario perfecto

Descubriendo al funcionario perfecto

Creo que no conduzco mucho mejor de cómo lo hacía hace un mes. De lo que sí tengo la certeza es que soy unos cuantos euros más pobre que entonces. Lo dice el justificante del banco. Esperaba al menos un papel de la autoescuela o de Tráfico que dijera: "Sí, éste tío es pobre, pero ya puede conducir". En el fondo, lo hacen por mi bien. Seguro que piensan: "Hombre, recupérate del sablazo que te hemos metido ahora, porque enseguida me las apañaré para multarte en algún sitio, que de alguna manera tengo que pagar el radar que he puesto en el semáforo de tu casa y el que voy a poner el mes que viene en la puerta de salida de tu garaje, no vaya a ser que vayas muy rápido al subir la rampa".

Lo que decía al principio, que conduzco igual que hace un mes, pero ya creen que he pagado lo suficiente como para ser "apto" para conducir. Y es que cada vez que pienso el dinero que me he dejado -y el que me voy a dejar en gasolina, multas y toda la pesca-, los nervios, los madrugones... Por encima de todo esto, hay una cosa que me termina sacando de mis casillas: la tasa de examen. Son 65 euros que pagas porque un tío se siente atrás con un papel y un bolígrafo, diga unas indicaciones -las más frecuentes: "derecha", "izquierda", "la siguiente salida", "cambie el sentido de la marcha"- y luego ponga una cruz en uno de los tres siguientes cuadraditos: apto, no apto, no presentado. Magnífico: el funcionario perfecto.

Luchando contra Rob Fleming con literatura rosa

Luchando contra Rob Fleming con literatura rosa

No sé si me gustaría parecerme a Rob Fleming, si ya se parece él a mí o si yo soy así por él. Alta Fidelidad, como a muchos de los que leéis este blog, me marcó mucho. Mi hermana me regaló el DVD por mi último cumpleaños, aunque ya me sabía la película de memoria. Ahora me estoy leyendo el libro, el original, la bacteria primigenia, el caldo primordial, y son tantas las ideas parecidas y los discursos que suscribiría, que a veces tengo que parar de leer para darme cuenta de que realmente no soy así y que espero no ser nunca como Rob Fleming. 

Nick Hornby describe a la perfección una generación perdida de adolescentes con barriga de treinta años que vive aislada en medio de todo, incluso entre ellos y consigo mismos. Como granos de arena transparentes en el desierto, imperceptibles, inmaduros e insólitamente amorales. Por eso Rob, al principio, no se responsabiliza de lo que hace, sino que se cree víctima de las consecuencias. No desvelaré más, pues seguro que alguno todavía no ha visto la película o leído el libro, cuyas páginas pasan una tras otra suavemente sin que se dé uno cuenta.

También pasan sin que te des cuenta las canciones de The Shins. Es como cuando paseas por estos días por la calle. Un día ves los árboles desnudos, un día pequeños brotes blancos o verdes en las puntas de las ramas, y antes de que te des cuenta de que llevas demasiada ropa para el calor que hace, ya han salido todas las hojas. Pues eso, antes de que te des cuenta estás escuchando primavera por los oídos.

Por cierto, no tengáis en cuenta éste último párrafo. Creo que es lo más rosa que he escrito en mi vida -si no cuento las canciones que hice cuando quise ser la reencarnación de Enrique Urquijo-. Saludos a todos.

**Traducción al vuelo de una frase de Kurt Vonnegut: "Más allá de lo corruptos, avariciosos o descorazonados que nuestros gobiernos, empresas, medios de comunicación o instituciones religiosas y de caridad puedan ser, la música seguirá siendo maravillosa. Si alguna vez muero, que éste sea mi epitafio: La única prueba que necesitó para creer en la existencia de Dios fue la música".**

Por la ventana

Por la ventana

Nunca me había parado a pensar qué se puede hacer o no delante de una ventana. En mi habitación, la de mi casa, el ventanuco da a un patio interior en cuyas paredes sigue pegado aquel chicle verde que tiré hace siglos y esa pastilla que dejé encima del extractor del aire acondicionado una tarde de verano que llovía para ver cómo se deshacía -sigue dura como una piedra-. Ahora tengo una ventana enorme, con sus ventajas y sus desventajas. Bueno, de las primeras veo pocas ahora mismo, salvo que alegra la vista de vez en cuando ver la calle. De las segundas, muchas. Es una auténtica violación de mi intimidad, aunque yo procuro no excederme mucho saltándome la de los demás. La calle de mi abuelo es estrechita y podría ver perfectamente la televisión mirando por la ventana y escuchando el aparato de mi habitación. A un lado, veo la casa de mi vecina. Al otro, la de un amigo al que tengo que llamar. Enfrente, gente desconocida que me pilla de vez en cuando echándoles alguna mirada.

Otro problema es que siento vergüenza cuando me pongo el pijama con la luz encendida, o cuando me levanto de día en pijama. Nunca en la vida me ha pasado. Mi habitación ha sido siempre un refugio, un agujero en la pared cuya única vía de comunicación es la puerta. Esta habitación, además de la puerta y unas paredes finas, tiene una gran ventana con la persiana estropeada. Imagino que los vecinos de enfrente se habrán acostumbrado a vivir pudiendo ser observados. Yo todavía no.

**Por cierto, ha muerto Kurt Vonnegut, un genio del último siglo. El otro día estuve acordándome de Kilgore Trout y me asombré de la capacidad que tienen algunos de inventar nombres que permanezcan, aun cuando te cueste recordar cuando lo oíste o dónde lo leíste. Aprovechad para leer Matadero 5**

Se me olvida que es Semana Santa

Se me olvida que es Semana Santa Efectivamente, estamos en Semana Santa. Yo antes, como niño de colegio católico y buen cristiano, iba a celebrarlo a Los Molinos o donde fuera con los curas. Ya no. Evidentemente, no tengo apenas fines de semana libres y no puedo cogerme días para irme a una cosa de estas, pero no es la principal razón. Ahora que soy mal cristiano, veo poco interesante y repetitivo el tema. Todos los años lo mismo. Las procesiones, que siempre son iguales y lo único que las hace distintas es si llueve o no, están condenadas a desaparecer. Salvo, parecer ser, en Sevilla, donde hasta los niños cargan con la cruz.

No pretendo cagarme en estos días sagrados -incluso para mí, aunque no lo parezca-, sino que también quiero acordarme de todos aquellos que a diario se mean en el cristianismo, no reconocen su importancia en el pasado -incluso en el presente-  y pasean orgullosos su ateísmo. Luego son éstos los que se cogen vacaciones en los mismos días: Navidad y Semana Santa.

Sobre frivolidades

Creo que voy dando con la clave de por qué no escribo tanto como antes. Hay prejuicios o consideraciones inconscientes que nos obstaculizan, como si en una carrera de cien metros tú tuvieras vallas en tu calle y los demás la pista libre.

Por eso entierro mis papeles en un cajón o no me enfrento desarmado a la pantalla del ordenador. Tampoco soy capaz de revisar lo escrito el día anterior, si al menos consigo superar la primera barrera, y reniego de ello. Y es que es imposible separar la creación -literaria, musical o lo que sea- de la sinceridad con uno mismo. Por eso, si algo nos altera o descoloca, será imposible escribir sin afrontarlo, asumirlo y tener la predisposición necesaria para superarlo.

Muchas veces frivolizamos lo que sentimos cuando escribimos en Internet. Hay gente que se olvida de ser persona para convertirse en su propio blog, como si un post explicativo de los sentimientos melancólicos que le provoca un lluvioso atardecer fuera lo mismo que tomarse una cerveza y hablar de cosas, reírse, olvidarlo todo y tomar otra más. Como si un comentario en un post fuera igual que mantener una conversación en un café y dar de vez en cuando una palmada en la espalda o enseñar los dientes separados con una sonrisa.

Algo tiene esto de las bitácoras que nos gusta tanto. Si los hombres de hace un siglo se quedaban patidifusos porque podían hablar al instante con su primo Paco, el del pueblo, a través del teléfono, ahora yo lo flipo cuando me bajo una foto de Internet, escribo cuatro tonterías y desde cualquier ordenador las puede leer otro. Y es que hace diez años a todos nos parecía esto de la red más misterioso que el tubo catódico de la televisión -¿alguien es capaz de darle una explicación no mágica a lo de la caja tonta?-.

Por eso me gusta leer cosas interesantes en Internet y discutir sobre temas -sin abusar-, pero espero que esto nunca llegue a anular mi empatía con los demás y no olvidarme de que hay vida si miro más allá de la pantalla. Sin embargo, me satura el exceso de sentimentalismo. No es malo hablar de lo que uno lleva por dentro de cuando en cuando. Es más, si uno tiene gracia especial para hacerlo, hasta resulta bueno. Pero los sentimientos sólo llegan a su verdadero alcance cuando nos ponemos en contacto personal con otros.

Pasó el tiempo

Y entre todo, ya ha pasado más de un mes sin actualizar la bitácora. Mis razones he tenido para desaparecer de la blogosfera durante este periodo de tiempo inusual. Casi todos las sabéis, así que no me extenderé más que en daros las gracias por todo. Espero volver a escribir muy pronto otra vez sobre mis tonterías, discos, libros, resacas, pero hoy sólo podría hablaros de sentimientos profundos y detalles pequeños que pierden todo su valor en una página de internet.

En las últimas dos semanas he tratado de recuperar un ritmo de vida más o menos normal saliendo un poco y volviendo a clase. Este sábado mismo me he comprado unos discos. El último que había escuchado es el de Lucinda Williams. Ya lo mencioné en el anterior post y hoy os digo que hay que armarse de paciencia para escucharlo de un tirón. Hay canciones bastante oscuras y resulta monótono, pero resulta muy coherente y agradable una vez le has cogido el gusto. Lo último que estoy escuchando: Saltbreakers, de Laura Veirs; Transistor Radio, de M. Ward; What Would The Community Think, de Cat Power; y Oh, My Girl, de Jesse Sykes. Me dejan sabores distintos.

Suficiente por hoy. Quedaros con lo básico: las cosas no han vuelto a la normalidad, pero hay que intentar que sean lo más cercanas a una situación sostenible para todos. Que os vaya bien.

Once I wanted to be the greatest...

Once I wanted to be the greatest...

Pues sí, esta mañana me he levantado queriendo ser el mejor, pero a los diez minutos me han pues con los pies en el suelo y en el asiento de atrás. La culpa, mía. El señuelo, un stop. El martes que viene me presento otra vez y espero estar un poco menos nervioso y más atento.

Por lo demás, todo igual. Disfruto con West, de Lucinda Williams, con The Greatest, de Cat Power, con Mercy Now, de Mary Gauthier, y con muchas otras cosas como Rayuela, de Julio Cortázar, o de dar un paseo sin mucha prisa antes de entrar a trabajar.

Respuesta

Con la sutilidad de una daga, aquellas palabras le pusieron contra la pared. Sentía que la punta estaba en el hueco entre dos costillas y que, de dar un paso adelante, se clavaría en el corazón. Como al moribundo, le pasó la película de su vida por la cabeza y nada vio que debiera detenerlo. Avanzó. Se metió hasta el fondo. Era el fin y, sin embargo, comenzó todo.

Se me había olvidado...

Se me había olvidado...

Si es que tengo cabeza entre los hombros por no tener una calabaza o un segundo culo. Siempre he creído que hay que ayudar a todos los que trabajen de manera honrada y apliquen esa sinceridad en el mundo del arte. Uno que yo me sé lo es. Y aunque muchos de los que os dejáis ver por aquí también lo hacéis por su joven blog, creo que deberíais saber de la existencia esta empresa los que no lo hayáis hecho. Meteros en la página. Dadla a conocer si alguno de vuestros tentáculos toca algo relacionado. Y si algún día, ojalá, este proyecto sale adelante, no os bajéis las películas ni pirateéis la B.S.O. Id al cine y a la tienda de discos a por ellos. Y decídselo a los amigos.

http://www.perroverdefilms.com/

Fin de exámenes

Fin de exámenes

La gente dice cosas que me cuesta creer que de verdad me creo. Porque creerlo no es lo mismo que saberlo, que supone no serlo. Es decir, me he puesto un disco -We have the facts and we are voting yes +3, de Death Cab for Cutie- y le estoy dando cancha a los dedos, a ver si encuentran teclas nuevas entre las F y los números con las que escribir palabras que nadie haya leído. Mientras, en la tele, mi familia está viendo un programa que habla de operaciones para tontos que quieren cambiar de imagen. Y yo con mis dientes, mi tripa y mis entradas. Abajo a la derecha, en el monitor, no paran de salir avisos de gente que se conecta. La mayor parte de los que aparecen son señores y señoras que hace siglos que no veo y con los que no he cruzado más de cinco palabras en el tiempo que compartimos juntos. Tienen nicks largos, llenos de emoticonos y sin sentido para mí -supongo que para ellos sí-. Debería hacer limpia de contactos. Alguno de los que me leéis quedaría eliminado, seguro.

***Sí, he acabado los exámenes, tengo tiempo libre, la cabeza llena de garbanzos pero pocas ganas de ponerlos al fuego. Voy a ponerme a leer algo. Tengo que escribir más sobre música, me dicen. Lo haré. Si no, no sería yo.***

Ya casi, casi, casi...

Ya casi, casi, casi...

Ya termino de hacer exámenes. Esta noche de apretón, mañana por la mañana un rato y libre hasta mayo -relativamente, claro-. Los apuntes de la asignatura de mañana son una vergüenza. Están llenos de falta de ortografía -"a dicho", "ha realizar"- y tan mal escritos que parecen hablados. Es decir, en algún momento el profesor se refiere a Pedro J. Ramírez como "el Ramírez". Otras veces se nota que copia directamente notas de prensa del grupo PRISA. Peor es todavía que ponga ejemplos en pesetas y de los años 80. Tragaré de nuevo, aunque estudiando en semejantes condiciones me pongo de muy mala leche. No me concentro y me entran ganas de ponerle estas cosas en medio del examen.

Voy a intentar disfrutar de mi última noche de estudio. A pesar de todo, la asignatura no es tan desagradable. Sobre todo porque lo acompaño todo de música. Ya os haré una lista de cosillas descubiertas durante estas semanas. Tengo pensado escribir sobre algún disco, pero tardará la cosa. Mucha suerte a los que estéis dándole también calor a los codos.

Mi nueva vocación

Mi nueva vocación

He tenido un pequeño problema en la cocina. Estaba calentando pollo en el microondas y ha empezado a sonar una canción de Sufjan Stevens en la tele. Me he quedado viendo el anuncio -creo que era de telefonía- mientras calentaba el aparato y cuando he probado la comida me he quemado. Yo creo que sería bueno poniendo música a anuncios, de la misma manera que hay gente que es buena dibujando, escribiendo, haciendo porno o aguantando alcohol en el cuerpo. Tampoco me hagáis mucho caso, estoy con la cabeza algo descolocada de estudiar -y eso que me da a mí que no me van a salir muy bien las cosas-. Vuelvo a enterrar la cabeza. Si durante la tarde se me ocurre otra tontería que escribir, lo haré. 

**El sábado me dieron una de las mejores noticias que seguramente escuche en 2007. Enhorabuena, gañáaaaaaaaan!! Y señora, claro**

Peter Parker está de exámenes

Peter Parker está de exámenes

Me decía el otro día Andrés que la época de exámenes es la mejor. Yo creo que, al menos, para los que estudiamos carreras de letras. Hoy me he levantado pronto para ir a la autoescuela, pero cuando he vuelto he sido el amo y señor de mi casa. No había nadie. Me he puesto la bata y sólo me ha faltado el puro y la copa de coñac. Escuchar música sin que nadie te diga que lo bajes es, junto con cagar en el mar -eso dicen-, uno de los grandes placeres que el humano de a pie puede disfrutar -el segundo es más fácil si vives en la playa y no en Madrid-.

Sin embargo, tengo un pequeño problema. Casi sin darme cuenta, me he despertado de la minisiesta que me he echado y me he puesto a buscar camisetas y pantalones rojos y azules en el armario. Me siento como Spiderman, aunque no creo que yo fuera capaz de subir por las paredes. He tenido que dejar de estudiar unos segundos y ponerme a escribir esto para olvidarme del mono. Y eso que sólo llevo cuatro días sin fumar. "Los primeros son los peores", me dice todo el mundo. Ya lo sé, es la segunda vez que lo intento con algo de seriedad. Estuve cinco meses sin catar nicotina. Luego, como la cagalera: cuando hice ‘pop', ya no hubo stop hasta ahora. También es la leche de extraño. Ayer por la noche me encontraba deprimido. Esta mañana estaba bien y ahora tengo ganas de comerme el puto mundo con patatas, pero de momento creo que me voy a dar otra ducha.

Estoy de exámenes. Ya os contaré más cosas. De momento, haceros con un disco que se llama The Crane Wife, de The Decemberists.