El resto ya lo sabía.
El resto ya lo sabía, por Pedro Martínez.
Bajamos del taxi en Cibeles y subimos andando por Alcalá hasta Sol. Había llovido y el suelo estaba mojado. Un viento frío rozaba mis brazos y me estremecía. Ya era de noche. Los coches estaban parados en un atasco. Algunos pitaban. Otros hacían lo mejor que podían hacer, desesperarse encima del volante en vez de hacer sonar su claxon. Nos despedimos.
- Ya lo sabes, ¿no? me dijo.
- Sí era triste saberlo.- ¿Por qué has decidido contármelo con antelación esta vez y no las anteriores?
- Porque estabas empezando a perder la fe en mí. Sólo quería que supieras que todo lo bueno y lo malo que te pasa es porque yo ya lo he decidido, y nada ni nadie lo puede cambiar.
- Pero, ¿seré feliz en algún momento de mi vida?
- Sí, no te preocupes. Sólo tienes que esperar. Yo os tengo guardada la felicidad a todos.- Sonreí.
- Entonces, gracias.- Nos estrechamos la mano y se fue en dirección a Arenal.
Ella estaba apoyada en la pared del edificio de la Presidencia del Gobierno de Madrid. La melena le cubría parte de la cara, pero pude adivinar un gesto serio en su expresión. La cogí del brazo y nos dimos un beso vacío.
- Pedro, tenemos que hablar.
El resto ya lo sabía.
Bajamos del taxi en Cibeles y subimos andando por Alcalá hasta Sol. Había llovido y el suelo estaba mojado. Un viento frío rozaba mis brazos y me estremecía. Ya era de noche. Los coches estaban parados en un atasco. Algunos pitaban. Otros hacían lo mejor que podían hacer, desesperarse encima del volante en vez de hacer sonar su claxon. Nos despedimos.
- Ya lo sabes, ¿no? me dijo.
- Sí era triste saberlo.- ¿Por qué has decidido contármelo con antelación esta vez y no las anteriores?
- Porque estabas empezando a perder la fe en mí. Sólo quería que supieras que todo lo bueno y lo malo que te pasa es porque yo ya lo he decidido, y nada ni nadie lo puede cambiar.
- Pero, ¿seré feliz en algún momento de mi vida?
- Sí, no te preocupes. Sólo tienes que esperar. Yo os tengo guardada la felicidad a todos.- Sonreí.
- Entonces, gracias.- Nos estrechamos la mano y se fue en dirección a Arenal.
Ella estaba apoyada en la pared del edificio de la Presidencia del Gobierno de Madrid. La melena le cubría parte de la cara, pero pude adivinar un gesto serio en su expresión. La cogí del brazo y nos dimos un beso vacío.
- Pedro, tenemos que hablar.
El resto ya lo sabía.
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