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Los archivos lúcidos, aunque cada vez menos, que me hago mayor

Los calzoncillos

Los calzoncillos Los calzoncillos, por Pedro Martínez

- No te jode... Los gilipollas estos... –miraba por el espejo al asiento de atrás buscando en mi cara un gesto de complicidad-. Todo el día hablando de que si los del PP son fachas, que si no sé qué. Y ahora a todos los niños en el colegio les enseñan esas mamarrachadas... Joder con los imbéciles estos. Pero si el socialismo viene del comunismo, y ésos sí que eran cosa fina.
- Por favor, pare el coche, tengo que vomitar.
Frenó casi en seco en el carril bus y vomité todo el desayuno en la parada del 16. Parte de los tropezones del montado de jamón ibérico cayeron en los finos zapatos en que terminaban las dos piernas más lisas que jamás había visto. Era una chica de unos veinte años morena, delgada y un cuerpo espectacular debajo de un vestido rojo en el que apenas se marcaban las líneas de su ropa interior. No se enfadó.
- Por 100 euros me como todo lo que eches por todos los agujeros de tu cuerpo.
Cerré la puerta a toda velocidad.
- Arranque, por favor.
Giré la cabeza hacia la parada. Allí no había nadie. La radio ahora descargaba una canción del verano cantada por Bob Dylan. Empecé a sentir asco hacia Bob Dylan.
- Por favor, ¿puede cambiar de emisora?
- Sí, claro.
Sintonizó una en la que un predicador rezaba el Ave María.
- Dios te salve la minga que la tienes de grana...
- Menuda panda de ateos hay por ahí. Vamos, los metía a estudiar en los jesuitas. Si es que con Franco esto no pasaba...
Volvió a cambiar de emisora.
- Parece ser que tenemos ya conexión con nuestro enviado especial a la Eurocopa de Argentina. Buenos días, Mariano.
- Hola Fernando. La shfelección ha realizado shfu último entrenamiento anteshf de enfrentarshfe a Nigeria...
Era raro, desde que me había levantado por la mañana todo parecía ir al revés. Quizás fuera eso lo que me causaba el mareo que tenía en la cabeza y que me había hecho vomitar. Era pleno invierno pero hacía mucho calor. Apenas había atasco por la calle. Me sentía incómodo y tenía el estómago demasiado revuelto. Paré el taxi en un bar. Necesitaba tomarme algo para arreglarme el estómago. Le di un billete de diez al taxista para pagar la carrera y me devolvió uno de veinte. No le dije nada.
Daban las doce y media de la mañana en el reloj de una iglesia, pero las manijas marcaban las seis en punto. El bar parecía estar cerrando. Entré.
- ¿Está cerrado ya?
- No, qué va. ¿Qué le pongo?
- Un poleo-menta, por favor. –Me metí en el servicio.
Fui a sacármela para vaciar la vejiga, pero no estaba el agujero que había entre los botones de los calzoncillos. Me los había puesto al revés. Me bajé los pantalones e hice toda la maniobra para reorientar mi ropa interior. Estaba más cómodo ahora. Eché la meada, salí del baño y vi que el bar estaba lleno de gente que se agolpaba en la barra. Todo parecía normal ahora.

2 comentarios

yo -

deberias leer a charles bukowski y a roger wolfe,ya te dejare algo si nos empezamos a ver a menudo

Rocío-Carolina -

Tengo miedo...!! El tío Bob haciendo al canción del verano? AAAAHHHHH!!!!!