Artículo sobre el verano: beneficios, perjuicios, consecuencias y seguir creciendo con Neil Young
Son las doce de la mañana en el momento en que empiezo a escribir, he abierto las contraventanas y he puesto un disco de Neil Young, de los tranquilos. La mezcla de sudor y desodorante empieza a molestarme en el sobaquillo. Me palpo y lo noto. Me ha salido un bultito. Es verano. Espero que no me dé problemas. Algunos me han causado fiebre, y todo, por lo que tuve que tomar antinflamatorios para reducir su tamaño. Éste, creo, va a durar un telediario de Sánchez Dragó.
Sí, es verano. Los chavales han acabado las clases y se van a la playa. Los de Universidad terminan exámenes, o ya están de vacaciones pensando lo que tienen que estudiar para septiembre. Yo no. En muchos aspectos, estoy aparcado en el limbo y nadie va a venir a multarme, hasta que vea caer las primeras hojas de los árboles y vuelvan las largas noches blancas.
El verano significa mirar atrás, es recodar buenos tiempos pasados, y madurar es aceptar poco a poco que nunca van a volver. Ya no volverá el primer canuto y ni siquiera recuerdo el último. Como tampoco espero ni me espera esa chica que un año más tarde fue la reina de las fiestas del pueblo. Lo último que supe de ella es que se compró un piso con su novio. Ya sabes: luego trabajo, hijos y reuniones del APA cuando no tienes ni treinta
Tampoco va a estar mi abuela. No he escrito sobre este tema en el blog, y creo que no debo hacerlo, pero no lo puedo pasar por alto si de verdad quiero reflejar el paso del tiempo. No son pocos los recuerdos. Ojalá hubiera alguna manera de traer a este mismo momento el olor de una de sus paellas... En seguida me viene su voz y el patio con el techo de parra. Las hortensias rosas que crecían, la pared de cal blanca desconchada por mis balonazos, la vieja manguera amarilla, una virgen oxidada en la esquina, un oscuro agujero inservible bajo la escalera de piedra del patio, el garaje de las bicicletas -el estudio del pintor- y mi abuelo regando en camiseta interior. Los días en que mis padre y hermanos venían a comer. Parece que pasa por la ventana el ruido del motor de esa ranchera Peugeot 505. Los tres sabíamos que habían llegado por el sonido de ese coche en el que hicimos tantos viajes a la playa, la sierra, Makro, el pueblo de mi padre... Daba la vuelta en la esquina y aparcaba en el lado de nuestra casa. Yo era el primero que abría el portón verde y salía a recibirlos. Después aparecían mis abuelos. Él, con un Ducados en la boca. Ella, con el mandil.
Ha cambiado tanto el pueblo. Derribaron la casa y construyeron un edificio de tres pisos para la familia que nos alquilaba la planta de abajo. La primera vez que vi el solar, hace cuatro o cinco años, tuve que morderme los labios. Los edificios de alrededor son nuevos. Las casas de una planta han desaparecido y los patios son ahora plazas de garaje. No estoy en contra de tirar casa viejas y hacer otras nuevas, pero creo que nada puede igualar el bienestar de sentarse a ver el Tour a las tres de la tarde en aquel viejo patio de piedra y parra.
Ahora me conformo con Neil Young, el aire acondicionado y una cerveza fresquita dentro de un rato. Llamar por teléfono, quedar esta tarde y dar una vuelta viendo, poco a poco, cómo en Madrid se quedan los ladrones y las prostitutas. Claro, y los que no tienen vacaciones.
1 comentario
Aliena -
Pero el paso del tiempo tiene también sus cosas buenas.
Un beso.