Una gota en un cubo
Los días de verano suelen hacerse largos, salvo que estés fuera de tu entorno habitual, cuando pasarán como moscas por delante de tus narices sin que puedas cogerlas. Ahora mismo estoy en el ecuador de mis vacaciones. No creo que durante el año pueda cogerme días libres, por eso agarro los minutos y los encierro en un puño con fuerza, pero son pequeños y pesados como granos de plomo, y se precipitan entre las falanges hacia el suelo.
Es la mejor época para leer. Coges un libro y le das mil vueltas. Apuntas cosas -aunque no muchas- y relees las páginas por las que ya has pasado.
Cuando mayor es la esclavitud y el dogmatismo con que alguien se entrega a un cierto sistema ideológico consumado, con mayor certeza entierra todas las oportunidades de pensar y descubrir en libertad, aniquilando la aventura de la mente.
No entiendo muy bien lo que quiere decir, pero me explica cosas y reafirma mi intuición de que no estoy equivocado. Es Vaclav Havel. Llevo meses leyendo Cartas a Olga y sólo ayer, cuando estuve a punto de dejarlo caer de las manos, me levantó la moral y se ganó otra oportunidad lo suficientemente larga como para llegar al final algún día. Me resulta difícil leer este libro. Requiere tiempo y paciencia, además de una mente lúcida y descansada -es decir, hoy, resacoso, mejor ni lo toco-. La edición que tengo lleva un prólogo revelador de por qué es tan fácil perder el hilo de las reflexiones. Yo, tonto, no lo he leído hasta que ha estado a punto de quemarme los dedos. Le doy otra oportunidad y encuentro la frase de antes, una gota de agua bajo un mar de aceite que, contra toda lógica, emerge.
Son las cartas que le escribía a su pareja desde la cárcel, donde estuvo cautivo por disidente. Tenía sólo cuatro folios a la semana y no podía hacer tachaduras o correcciones, además de tener que superar las lógicas revisiones temáticas. Aún así, filtra ironía y esperanza, luz en la oscuridad, agua en el desierto. La carta 96 es un evangelio con minúsculas pero de mensaje mayúsculo.
La resignación, la indiferencia, el endurecimiento del corazón y la pereza mental son dimensiones de la verdadera "falta de fe" y "pérdida de sentido". Justo lo que nos pasa en verano, vaya.
2 comentarios
Frank Einstein -
Vaclav Havel: ¡Disidente!
Soni -
Bueno tendré en cuenta tu recomendación literaria una vez más. Saludos!