Car Wheels On A Gravel Road, Lucinda Williams
Hay discos que, cuando los pones en el reproductor, suenan a madera. Otros llenan el aire de vapor de anfetaminas, los hay que lo inundan de humo opiáceo y también están los que echan polvo, gasolina y grava. Car wheels on a gravel road es uno de ellos. Lucinda Williams estruja el tarro de las esencias del sonido americano en este disco que ahora cumple ocho años. Mientras durante los noventa el mercado europeo estaba saturado de grupos británicos, en Estados Unidos salían artistas de debajo de las piedras –todavía hoy- que no cruzaban el charco. La chica del gorro vaquero con miedo a volar iniciaba su carrera en solitario a finales de los setenta con álbumes que la crítica califica modestamente –debe ser difícil conseguirlos-.
Tras la reedición de sus primeros discos, reclama su sitio con Sweet Old World, en 1992, pero desaparece hasta que seis años después hace esta obra maestra sobre la vida en Louisiana y Texas, sobre ángeles borrachos, promesas rotas y silencios que han de ser guardados. El disco mezcla guitarras eléctricas de doce cuerdas con armonías vocales cercanas a The Band –Right in Time-, mandolinas y slide tocados bajo la sombra de un acordeón –Concrete and Barbed Wire- y guiños a los Rolling en algunos riffs de guitarra –I Lost It-. Pero, por mucho que lo intento, no encuentro palabras para describir Greenville, un dueto con Emmylou Harris en el que cantan al oído de los peor parados de la historia. Letras sobre perdedores, lugares remotos de Estados Unidos, rabia contenida o desatada, borracheras que acaban mal y carretera. Mucha carretera, poco dinero, una guitarra y tanto whisky como polvo para tragar.
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