Suave es la noche, Francis Scott Fitzgerald
"Observémosles, por ejemplo, en el tren que está llegando a la estación de Boyen, donde van a permanecer quince días. Los preparativos en el coche-cama han empezado en la frontera con Italia. La criada de la institutriz y la de Madame Diver, que viajaban en segunda, han venido a ayudar a bajar el equipaje y los perros. Mademoiselle Belois se encargará de supervisar el equipaje de mano, y de los sealyham se ocupará una criada y del par de pequineses la otra. La razón de que una mujer quiera rodearse de vida no es necesariamente que sea pobre de espíritu. Se puede deber a un exceso de intereses y, salvo en sus períodos de recaída, Nicole era perfectamente capaz de ocuparse de todo. Pensemos, por ejemplo, en la gran cantidad de bultos pesados que formaban su equipaje. Iban a ser descargados del furgón cuatro baúles de ropa, otro lleno de zapatos, tres llenos de sombreros y dos cajas de sombreros, varios baúles con las pertenencias de la servidumbre, un archivador portáitl, un botiquín, una caja que contenía un infiernillo, un juego para comidas campestres, cuatro raquetas de tenis en prensas y cajas, un gramófono y una máquina de escribir. Distribuidos en los compartimentos reservados a la familia y su séquito había además otras dos docenas de maletines, bolsas y paquetes, todo ello enmerado y etiquetado, uncluso la caja de los bastones".
Situémonos en los felices años 20: todo el mundo forrado por los beneficios de la bolsa, bebiendo champán como los peces en el río del villancico, viviendo a todo tren sin dar ni golpe y aprovechando la juventud hasta los cuarenta. Los Diver son el aparente paradigma de este "happy way of life". Él es un psiquiatra de prestigio y ella es una niñita de papá montada en el dólar. En unas vacaciones en la costa francesa, se hacen amigos de una joven actriz, Rosemary, la cual se enamora locamente de Dick. Éste también le corresponde y mientras los "que sí", "que no", "¿qué hago?", "me quiere", "no me quiere", "ahora sí", "ahora no", el maquillaje que cubre la verdad sobre este matrimonio se va desvaneciendo. Se descubren los problemas de azotea de Nicole Diver y Dick Diver pierde los papeles por la bebida y el tren de vida que lleva con su mujer, que más que una esposa es un grillete que le mantiene sujete a la cruda realidad, es decir, a la vida que finge y que por momentos parece salvarle. Una historia de amor, engaños, fiestas, borracheras, mentes desquiciadas y corazones rotos.
Francis Scott Fitzgerald es uno de los mejores narradores del siglo XX y uno de los estandartes de la llamada Generación Perdida. Estos escritores eran, fundamentalmente, americanos que iban a París, foco cultural de la época, donde algunos malvivían y otros derrochaban su fortuna en fiestas, mujeres y champán. Fitzgerald también bautizó a los locos años veinte como la Edad del Jazz, pero también se podría haber llamado la Edad del Champán. Como los Diver, Fitzgerald y su mujer, Zelda, llevaron un ritmo propio de un emperador romano. Muchos críticos ven en este libro muchas similitudes entre la pareja ficticia y la real. De hecho, son muy conocidos los problemas mentales de Zelda y los excesos con la bebida de Francis, que lo llevaron a la tumba a los 44 años.
Situémonos en los felices años 20: todo el mundo forrado por los beneficios de la bolsa, bebiendo champán como los peces en el río del villancico, viviendo a todo tren sin dar ni golpe y aprovechando la juventud hasta los cuarenta. Los Diver son el aparente paradigma de este "happy way of life". Él es un psiquiatra de prestigio y ella es una niñita de papá montada en el dólar. En unas vacaciones en la costa francesa, se hacen amigos de una joven actriz, Rosemary, la cual se enamora locamente de Dick. Éste también le corresponde y mientras los "que sí", "que no", "¿qué hago?", "me quiere", "no me quiere", "ahora sí", "ahora no", el maquillaje que cubre la verdad sobre este matrimonio se va desvaneciendo. Se descubren los problemas de azotea de Nicole Diver y Dick Diver pierde los papeles por la bebida y el tren de vida que lleva con su mujer, que más que una esposa es un grillete que le mantiene sujete a la cruda realidad, es decir, a la vida que finge y que por momentos parece salvarle. Una historia de amor, engaños, fiestas, borracheras, mentes desquiciadas y corazones rotos.
Francis Scott Fitzgerald es uno de los mejores narradores del siglo XX y uno de los estandartes de la llamada Generación Perdida. Estos escritores eran, fundamentalmente, americanos que iban a París, foco cultural de la época, donde algunos malvivían y otros derrochaban su fortuna en fiestas, mujeres y champán. Fitzgerald también bautizó a los locos años veinte como la Edad del Jazz, pero también se podría haber llamado la Edad del Champán. Como los Diver, Fitzgerald y su mujer, Zelda, llevaron un ritmo propio de un emperador romano. Muchos críticos ven en este libro muchas similitudes entre la pareja ficticia y la real. De hecho, son muy conocidos los problemas mentales de Zelda y los excesos con la bebida de Francis, que lo llevaron a la tumba a los 44 años.
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