Damien Jurado y sus fantasmas
¿Hay algo mejor que llegar de un intenso viaje por Italia, después de haber cogido este mismo lunes dos trenes, dos autobuses y un avión, que dejar la maleta, tragar algo del jamón que sobró en una boda, pasar por la ducha e ir a un concierto? Por supuesto que hay cosas mejores, pero no es este el caso.
Dejando a un lado, y aunque me cueste, el precioso bodorrio de mi hermana mayor en Italia, me meto en un autobús y llego a la sala Moby Dick. Mi acompañante está cenando con un amigo en el irlandés de al lado y le apremio para que salga porque ya hay cola. Un grupete de miopes modernos, barbudos y jerseys a rayas -sólo fallo en el afeitado- espera a que se decidan a dejarnos pasar los dueños de la sala, que deben andar con los huevos en los bolsillos por lo de El balcón de rosales, pero también contentos por el triste cierre de La Riviera. Le echo un ojo a la lista de invitados a la que paso por delante de la taquillera, que vende las entradas al aire libre en pleno noviembre del año 2008: gente de RDL, Muzikalia, La noche en vivo... Hace frío fuera y dentro tienen puesto el aire acondicionado. Casi me salgo con la de los tickets, pero me tomo una Heineken de cinco euros que, sorprendentemente, sabe como las de tres y tiene también el mismo tamaño.
Son las diez menos algo, algo antes de lo previsto para el comienzo del concierto, y sale Damián -maldito Word- Jurado al escenario acompañado de una tipa y un tipo que se irán intercambiando guitarras, batería y teclado a lo largo del concierto. Jurado nace, crece y vive en Seattle, y muere en cada una de sus canciones, cada cual más triste que la anterior, más dura, más arraigada en las distintas razones que desnortan la brújula. Suena seguro, sentado en su silla, por lo que no le podíamos ver los que estábamos más allá de la segunda fila, y los dos acompañantes no le roban protagonismo. La canción está por encima de todo, y así van cayendo, sobre todo, de sus dos últimos discos, el tristón And Now That I’m In Your Shadow y el melancólico Caught In The Trees, de este mismo 2008. Tan pronto se enreda en una de diez minutos de subidas y bajadas, con largas transiciones, como pasa por un estribillo más pop de apenas dos minutos y medio.
Una hora y un poco después, ya estoy en la calle. Damien Jurado, seguro, estaría en el camerino todavía, tratándole de no darle vueltas a su depresión, exquisito placer para nosotros, pero dura tortura para él, que es la viva imagen del músico torturado y en plena apoteosis creativa. Que Dios decida qué hacer con él.
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Jens -