Expediciones monclovitas en busca de talento almacenado en acetato
Los discos de la tienda de segunda mano de Moncloa atufan a viejo, a olvidado. Lo sacas del cartón y viene olor a almacén. Es posible que no los haya escuchado nadie en años. Más de los que tengo yo, casi seguro. Acabo de hacer 23 y no compro discos de los ochenta –bueno, alguno sí-.
Lo primero que hago al llegar a casa con una nueva remesa de hijos no es mirarlos, tocarlos, volver a leer los créditos, las canciones, sacarlos cuidadosamente, mirar los surcos a la luz y poner el primero, al azar. No, lo primero que hago nada más dejar la bolsa sobre la cama es lavarme las manos. Rebuscar en los estantes es asqueroso. Se ponen los dedos negros de tocar los discos. Algunos fueron puestos ahí antes de que el CD fuera un feto sobre papel. Mi hermano tiene otra teoría. Dice que la mayoría fueron empeñados por yonquis para poder pagarse un pico y, la verdad, es que la gente que he visto entrar para vender tienen pinta rara.
Hace falta bucear para rescatar cosas afines a mi gusto en medio de tan pantagruélico banquete de acetato. Hay, como en toda casa, cosas buenas y cosas malas. El otro día encontré Forrest Gump en láserdisc, camuflado entre bandas sonoras. En cambio, hay pescas que resultan agradables: grabaciones del Million Dollar Quartet –que, precisamente, fueron el 4 de diciembre de 1956-, por 9’50, o Comes a Time, de Neil Young, por 7’50.
Si quieres cosas actuales, mejor ir a otro sitio. Pero si te gusta cazar viejas glorias, la mayoría en buen estado, y discos ochenteros o raros –Deacon Blue, Bill Wyman en solitario…-, ésa es la tienda.
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Anónimo -