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Los archivos lúcidos, aunque cada vez menos, que me hago mayor

La historia se repite

La historia se repite

 

Sólo vi una vez a Antonio Vega lejos de un escenario. Yo iba camino de mi parroquia a tomar cerveza y él salía acompañado de un viejo coche blanco, en medio de una noche que hacía frío, al lado de la Sauna Sudores –a.k.a. Sala Clamores-. Iba encorvado, como un maestro Yoda menos peleón y bastante más blanco que verde. Años antes de esto, fui a verle muchas veces en directo. El primero, en la Galileo, fue glorioso, o al menos eso creo, pues por entonces sufría el síndrome del “fan fatal”: el que todo perdona del héroe y para el que cualquier caca es un delicioso manjar que hay que comer por ser defecación divina. El último bolo, en unas fiestas de La Paloma, creo, me pareció patético: ya había otros que me gustaban más y, cual loquita pendenciera de Chueca, me terminé por desenamorar de esa mierda de novio que se ha descuidado y ya no está tan guapo como cuando salíamos.

 

Hoy he descubierto que todavía le sigo queriendo. Un poquito, al menos. He rescatado dos de sus discos. No pensé que me fuera a pasar pero, como si hubiera encontrado las cartas que me mandaba mi antiguo chico y que no tiré, he escuchado las canciones que antes me emocionaban y algunas me han parecido fogonazos atómicos, inmensos resplandores en medio del páramo radiactivo que acabó siendo: un pretérito imperfecto. Sus discos no eran geniales, sólo algunas canciones sobresalían como una top model en el metro de Pitis. En directo, salvo contada ocasión, dejaba bastante que desear –eran conciertos cortos, se olvidaba de las letras, fallaba en los solos, los de la banda ponían cara de no saber si jugaban al póker o a la pocha-. Acabó siendo carne de programa de TVE, de esos que hacen playback mientras un público, traído por un bocata de queso, baila al ritmo de los figurantes con el mismo estilo que tienen las viejecitas y los niños en edad de primera comunión en la verbena de Cercedilla. Y no quiero recordar la bajada de pantalones que fue volver a juntarse con el hortera de su primo hace unos años –pero lo entiendo, había que comer-.

 

Da igual que haya sido cáncer o neumonía –más morboso, por cierto-. No importa que durante todo el día hayan estado confundiendo con sus textos surrealistas las canciones del hawaiano paleto que tocaba con él en Nacha Pop, ni que una y otra vez hayamos leído los mismos tópicos en obituarios de andar por casa. Ha muerto y ahora hay que vender un disco en Navidad. No lo quiero. En cuanto llegue a casa y cuelgue esto, voy a buscar la vieja cinta en la que tenía por una cara Océano de Sol y por la otra Anatomía de una Ola. Vuelvo a finales de los noventa, cuando no podía dejar de escucharle y a ninguno de mis amigos les gustaba –ahora tampoco, porque tengo menos pero mejores-. Y la historia se repite.

 

Descanse en paz.

 

1 comentario

Anónimo -

Qué bonito. Sí se nota que le sigues queriendo...